Me encanta el olor a cebolla cuando chisporrotea en la paella con ese aroma intenso y dulzón a la vez, que me transporta a mis días de cocinera. Más de veinte años entre fogones y cacerolas, y aún me quedo maravillada cuando se pone dorada. ¡Hay la cebolla!, esa que te hace llorar cuando la cortas y luego te regala un espectáculo de sabores y colores.
La base de salsas y guisos, cruda en ensalada, en entredicho en la paella. Es la cebolla tan versátil en aspecto o utilidad, como este guiso de palabras que parece una sanfaina donde os repito cebolla y dorada muchas veces, pero no me imagino una sin la otra.
A mí, la que más me gusta es la que se fríe y resulta dorada. Hablemos de cuando es morada o blanca, tan dulces las dos, o cuando la comemos como calçots, Y no nos olvidemos de la caramelizada con ese magnífico color.
Para acabar con el escrito os diré que mi nieta tiene su nombre gracias al corte transversal que se le da a la cebolla.