Empiezo mi relato duchándome en el baño
de mi casa, y recogiendo cinco barbies tiradas en la bañera
improvisada que en su día compré para mi nieta Júlia. Yo nunca
tuve una, me parecen un poco ridículas y tienen cara de malas. Eso
es lo que pienso yo, pero a mi nieta le encantan, y juega a carreras
en el baño con ellas y no para de cambiarles la ropa.
Las
siento una a una y voy escurriendo el pelo que un día nos apeteció
cortarles para que estuvieran más personalizadas, para que fueran
diferentes y únicas. Ellas mismas.
Siempre
quise tener una hija, y cuando estaba embarazada todos auguraban que
lo sería, pero…, nació mi hijo Oriol. Y él, 25 años después
me trajo a la pequeña Júlia, que ya tiene 6 años y ha invadido mi
vida y mi baño de muñecas y juegos. ¡Que afortunada me siento!
Mientras
me seco el pelo me siguen invadiendo pensamientos de mi vida. Dejarme
el pelo largo fue una apuesta con una amiga hasta que consiguiera su
casa otra vez. La casa que le arrebató su ex marido, un hombre con
trastorno psicopático cuya historia da para otro relato.
Bueno,
tampoco tiene tanta importancia, pero son pensamientos que me
invaden. Y hoy he querido escribirlos para que los que me conocen
sepan más de mí, o simplemente porque sí, porque me apetecía
escribir. Quizá me he equivocado en el título del relato y tendría
que poner “pensamientos en el baño”, o quizá está bien así.
Y definirme como una de esas barbies ridículas con cara de malas,
con el pelo cortado al azar, porque me apetecía.
Nunca
aprendí a poner las comas al escribir, y mi cabeza piensa tan rápido
y es tan cambiante que no me da tiempo en escribirlo todo, y quedan
como frases cortantes e indefinidas. Y bueno, tampoco voy a escribir
un betseller, ...sólo son mis pensamientos.
Supondréis
que ya he salido del baño. Pues sí, las muñecas siguen allí
secándose, y cuando pienso en ellas me acuerdo irremediablemente de
la película de Toy Story. En la vida que tienen los juguetes cuando
no los ven, y al recogerlas he pensado que no me gusta que se queden
flotando en el agua.
Una
de las muñecas de trapo que tengo se llama Pepa. Me la regaló mi
hermana Sole y desde el primer día dormí con ella. Incluso cuando
me casé dormí con ella y con mi marido. Quizá a mis 17 años no
quería dejar de ser la niña que llevaba dentro. Ahora, cuando la
miro y la acaricio, me invade un sentimiento de ternura. Ella guarda
mis sentimientos desde hace 35 años.
El
otro día le hablé a mi nieta de mi muñeca de trapo. Ella es muy
pequeña, y creo que aún no aprecia lo que es tener una muñeca
personal.
Y
allí siguen ellas, secándose, mientras yo ya he hecho mil cosas en
casa. No sé si decir que es triste ser una muñeca, o ser una
persona con condición de muñeca. Ellas ahí siguen con su sonrisa
perfecta, bueno, todas menos una, que es diferente, y allí se
quedarán hasta que yo vuelva de hacer otras mil cosas más.
Y
para acabar, y haciendo una reflexión, ¿no pensáis que todos somos
muñecas?
¿Cada persona puede ver a la que quiera ver, o a la
que nosotras les mostramos? Mi madre ve una barbie que no ven mis
hermanas, e incluso mis hermanas ven a una diferente, sobrinos y
sobrinas, tío, hijo, nieta, amigos y amigas, amantes y los que ya no
están, las personas de los supermercados y la gente de la calle en
general. En fin...
Y en ese tiempo de pandemia que nos tocó vivir, ¿no seríamos muñecas del sistema?
(Clicad en las imágenes para verlas a mayor tamaño)