Ya no recuerdas el día en que todo empezó, y ya ni siquiera te importa. En tu memoria se pierde el instante en que aquella idea fugaz tomó forma, se cocinó a fuego lento en lo más profundo de tus entrañas y se puso en marcha.
No recuerdas el momento en que tu cabello dejó de crecer y decidió desprenderse de ti. De cómo tu cabeza pasó de ser una salvaje explosión ondulada a una árida superficie ansiosa de modernidad, que jamás volverá a lucir un peinado moderno.
No recuerdas cuando el cerumen de tus oídos decidió cancelar el ensordecedor ruido exterior, el insulto y el grito, y evitó también el poder disfrutar del excitante susurro amoroso, de la risa de un niño y del relajante sonido del mar.
Tampoco recuerdas ya cuando las mucosas de tu nariz taponaron la posibilidad de volver a sentir la sangre brotar tras el golpe, y también, el perfume de su piel, el aroma fugaz que irremediablemente te lleva a tu niñez, y el de la tierra mojada tras la tormenta.
No logras recordar cuando tus labios decidieron sellarse para siempre y enmudecer, callar la ofensa y el sollozo, y también, dejar de sentir la miel de un beso apasionado, el sabor de una cerveza fría y la imposibilidad de decir un nuevo te quiero.
Tampoco recuerdas con claridad cuando se cerraron los poros de tu piel, el vello desapareció y ésta se convirtió en una escama nacarada, "plasticosa" al tacto, tersa y uniforme que ya nunca más mostrará moratones, y que tampoco sentirá la caricia de un abrazo, el calor del sol y el escalofrío en la intemperie de una noche de invierno.
No recuerdas cuando tu cuerpo se estilizó, y lentamente se arrastró hasta aquel rincón alejado de juiciosas miradas, a la fría pared en la que te apoyaste para descansar y dejarte olvidar. Ese lugar solitario que te reconfortó y se convirtió, sin tú saberlo, en tu compañero de por vida.
Tampoco recuerdas el momento en que tu rostro adoptó esa expresión neutra, la extraña mezcla de pasividad, soberbia e indiferencia de autoprotección, con ese asomo de sonrisa agradable e inertemente inexpresiva a la vez, para huir de miradas ajenas.
No recuerdas cuando tu brazo se paralizó, se detuvo en su movimiento ascendente mientras tu mano iba adoptando la posición para hacernos a todos una peineta que se quedó a medio camino, y que lamentaste que nunca llegara a ser.
Lo que sí recuerdas con total claridad es el momento exacto de liberación, en el que en tu cabeza resonaba estrepitosamente: ¡Lo conseguí! ¡Que os jodan a todos, cabrones! ¡Ahora soy más fuerte, y ya no podéis hacerme daño!
*NOTA: En esta ocasión hemos hecho un ejercicio nuevo, hemos invertido los papeles y ha sido Nuri quien ha hecho la foto y Eladio el que ha escrito el texto inspirándose en ella. Y éste ha sido el resultado. A nosotros nos ha gustado la experiencia y quizá en adelante lo volvamos a hacer. Ya nos diréis que os ha parecido a vosotros. Gracias por seguir leyéndonos.